Por otra parte, hay que abordar la educación en sus múltiples aspectos tan bien formulados en 1966 por la UNESCO. Junto al aprender a conocer, a hacer, a ser y a vivir juntos, yo añadiría aprender a cuidar de la madre Tierra y de todos los seres. Pero este tipo de educación todavía es insuficiente. El cambio de la situación del mundo exige que todo sea ecologizado, es decir, que cada ser debe prestar su colaboración a fin de proteger la Tierra, salvar la vida humana y nuestro proyecto planetario. Por lo tanto, el momento ecológico debe atravesar todos los saberes.
El 20 diciembre de 2002 la ONU aprobó una resolución proclamando los años que van del 2005 al 2014 como la Década de la educación para el Desarrollo Sostenible. En este documento se definen 15 perspectivas estratégicas con vistas a una educación para la sostenibilidad. Enunciamos algunas: Perspectivas socioculturales que incluyen derechos humanos, paz y seguridad, igualdad entre los sexos, diversidad cultural y comprensión intercultural, salud, sida, gobernanza global. Perspectivas ambientales que incluyen recursos naturales (agua, energía, agricultura y biodiversidad), cambios climáticos, desarrollo rural, urbanización sostenible, prevención y mitigación de catástrofes. Perspectivas económicas que tienen como objetivo la reducción de la pobreza y de la miseria, la responsabilidad y la prestación de cuentas de las empresas. Como se deduce, el momento ecológico está presente en todas las disciplinas, de lo contrario no se alcanza una sostenibilidad generalizada.
Una vez que irrumpió el paradigma ecológico, nos concientizamos del hecho de que todos somos ecodependientes. Participamos de una comunidad de intereses con los demás seres vivos que comparten con nosotros la biosfera. El interés común básico es mantener las condiciones para la continuidad de la vida y de la propia Tierra, entendida como Gaia. Es la meta última de la sostenibilidad. A partir de ahora la educación debe incluir sin demora las cuatro grandes tendencias de la ecología: la ambiental, la social, la integral y la mental o profunda (aquella que discute en nuestro lugar en la naturaleza).
Entre los educadores se impone cada vez más esta perspectiva: educar para el vivir bien, que es el arte de vivir en armonía con la naturaleza, y proponerse repartir equitativamente con los demás seres humanos los recursos de la cultura y del desarrollo sostenible. Necesitamos ser conscientes de que no se trata solamente de introducir correcciones al sistema que ha creado la actual crisis ecológica, sino de educar para su transformación. Esto implica superar la visión reduccionista y mecanicista todavía imperante y asumir la cultura de la complejidad. Ella nos permite ver las interrelaciones del mundo vivo y las ecodependencias del ser humano. Tal verificación exige tratar las cuestiones ambientales de forma global e integrada.
De este tipo de educación se deriva la dimensión ética de responsabilidad y de cuidado por el futuro común de la Tierra y de la humanidad. Hace que el ser humano se descubra como cuidador de nuestra Casa Común y guardián de todos los seres. Queremos que la democracia sin fin (Boaventura de Souza Santos) asuma las características socio ecológicas pues sólo así será adecuada a la era ecozoica y responderá a las demandas del nuevo paradigma. Ser humano, Tierra y naturaleza se pertenecen mutuamente. Por eso es posible forjar un camino de convivencia pacífica. Es el desafío de la educación.