Me disponía a escribir una nueva nota para CONTRAPUNTOS, cuando una entrevista del Ministro de Educación español, José Ignacio Wert, me dejó literalmente petrificado: “Es un error que todos vayan despacio para que algunos no se queden atrás”.
En España, evidencias sobre los desatinos provocados por la política educativa del gobierno conservador no faltan. Tampoco, declaraciones torpes y descuidadas de un ministro al que le gusta anticipar sus decisiones con exabruptos verbales. El punto negativo de todo esto son las consecuencias desastrosas que, en materia democrática, se ciernen sobre la educación española. El punto positivo, si es que así podemos considerarlo, es que la vocación del ministro Wert por hacer un uso abusivo de la palabra, pone en evidencia lo que hoy está en juego en España. Se trata de algo bastante más serio que los catastróficos cortes del gasto público social, el cierre de cursos, la pérdida de empleo para miles de docentes y el aumento desmedido de las tasas y cuotas escolares. Se ha puesto en juego en España una arquitectura cultural, una ingeniería ideológica que, por detrás de argumentos tecnocráticos y supuestamente eficientistas, aspira a desmantelar los fundamentos de la escuela pública, sus principios, su razón de ser, su enorme potencial democrático. Se ha iniciado en España algo más que un juego de sumas y restas para equilibrar las cuentas públicas, algo mucho más serio que una nueva (y seguramente inacabada) ley de educación o una nueva (y nunca implementada) reestructuración curricular. Se ha iniciado en España un proyecto que aspira a fundar un nuevo sentido para la educación o, dicho en otras palabras, un nuevo sentido para el futuro: una nueva herencia. Esto, creo, es mucho más peligroso que el prêt-à-porter del ajuste fiscal y sus incontrolables tijeretazos sobre el presupuesto público.
La frase del ministro Wert no logra esconder por detrás de su verborragia reformista, la firmeza de una intimidación, un aviso.