Hoy, en todas las ciudades españolas, se quiere de nuevo ocupar la calle. recordando el movimiento del 15-M y protestando por tantas cosas. Sobre todo, porque la deuda que provocaron los especuladores del ladrillo y los malos gestores de las cajas quieren pagarla con recortes en sanidad, educación y funcionariado. El régimen se prepara blindando calles y plazas. Animamos a la movilización popular, pero invitamos a reflexionar más profundamente sobre el 15-M, partiendo de este artículo que el filósofo Germán Cano, animador del movimiento, acaba de colgar en su página de Facebook.
El miedo al fantasma del 15-M como viejo “izquierdismo resucitado” que, desde ciertos sectores socialdemócratas, se ha proyectado sobre este fenómeno popular, ¿no dice por ello más de la incapacidad de estos para entender los contenidos materiales y emocionales de la protesta que del propio movimiento como tal? Bajo este ángulo, la perezosa categoría de “populismo”, ¿no está sirviendo para rechazar de antemano cualquier aproximación concreta y de cuño más materialista al escenario social y –lo que es más preocupante- ahorrase, en virtud de esta distinción, el esfuerzo genuinamente político de hacer pedagogía o practicar una hegemonía convincente? Buscando antes la distinción que la comprensión de este “espectro populista”, la izquierda socialdemócrata no solo corre el riesgo de encapsularse en un discurso meramente eufemístico sobre la realidad y sus contradicciones reales, haciendo así el trabajo a la derecha, sino de tirar simultáneamente al desagüe el precioso bebé con el agua sucia de la mala indignación demagógica.
Hacer el esfuerzo de discriminar el grano utópico en la paja de la frustración inmediata es justo lo que ha brillado por su ausencia en muchos análisis. Desde aquí también se entiende la urgencia por pensar de otro modo el momento “populista”, despreciado sistemáticamente. Si hay que participar en el esfuerzo de articular y dar forma política al contenido utópico de la indignación es porque, dada su ambivalencia, este se encuentra abierto y puede ser ilusoriamente falseado por actitudes reaccionarias. En este plano se pagaría un alto precio por dejar en manos del populismo fascista todo malestar popular contra el presente. ¿No es justo este trabajo de cortafuegos el que está haciendo el 15-M?
En esta constelación de fuerzas, en un contexto de crisis económica severa, el 15-M no sólo ha representado de entrada, lo que no es poco, la opción contrapuesta a la política del miedo y del repliegue individualista a lo privado: la de la construcción a tientas, experimental, de prácticas de solidaridad. En este sentido, fue la interpretación despolitizada del acontecimiento la que se esgrimió entre las filas conservadoras. Desde ella buscó cifrarse interesadamente la indignación popular en un “comprensible” gesto individual de resistencia frente al poder excesivo del Estado socialista y las mediaciones políticas. Bajo esta lectura, el escenario del el 15-M quedaba de antemano reducido a una confrontación que oponía sin matices la indignación quejumbrosa de unas masas, presuntamente informes y ajenas a la política, y la forma excesiva del Estado, para ciertos sectores demasiado intervencionista.
En un escenario en el que la desatención de la izquierda socialdemócrata hacia las preocupaciones de las clases populares ha hecho de éstas un botín muy preciado para la hegemonía neoliberal, ¿no cumple el 15-M una función crucial? Cuando la crisis toca fondo, es extremadamente complicado articular un discurso con contenidos sociales. Los últimos resultados de las elecciones francesas y griegas han mostrado cómo el imaginario del pesimismo antropológico y del “hombre lobo para el hombre” resulta mucho más seductor para las clases trabajadoras cada vez más precarizadas e inseguras emocionalmente que cualquier discurso de acento emancipador. Limitarse a exorcizar el fantasma popular en este contexto significa renunciar a hacer política.
No abogando por el “cuanto peor, mejor”, sino por visibilizar el marco de lo común paulatinamente desolado por unas prácticas neoliberales tanto más envalentonadas cuanto más responsables de la crisis, el 15-M no solo ha abierto una gran fisura en el horizonte hegemónico del capitalismo actual; lejos de fomentar el esnobismo del precarizado herido en sus antiguos privilegios y el culto a los líderes, se ha instalado en esta desertización de lo social con el propósito de cuidar del espacio público. Frente al incesante desnudamiento neoliberal que extrae fuerza viva de trabajo al precio de desgarrar el tejido social, el 15-M ha tratado de empoderar y revestir los cuerpos, llamando la atención sobre los entornos secuestrados. Por todo ello caricaturizaríamos el 15-M si lo definiéramos simplemente como una reacción en masa frente al malestar producido por un horizonte de demandas o expectativas individuales no cumplidas y no acertáramos a ver en él un cierto movimiento político desde el que se denuncian como ficciones las posibles soluciones neoliberales de la crisis. Esas con las que los mismos pirómanos tratan ahora de legitimarse como bomberos.