ACABA de comenzar un nuevo curso escolar con más recortes y, lo que resulta más grave, sin que se advierta ninguna estrategia para afrontar los retos de la escolarización. A nivel mundial pero especialmente en los países más avanzados, los sistemas escolares están fuertemente cuestionados. En sus orígenes la institución escolar se configura como la resultante de varias fuerzas. De una parte, como secuela de la Ilustración, se estimaba la virtud de extender la cultura y el conocimiento al mayor número posible, pues, de esta forma, se caminaría hacia mayores cotas de civilización tanto personal como social. Asimismo, en relación con el proceso de industrialización y la consiguiente separación entre el lugar de trabajo y el ámbito de la convivencia familiar, se hacía necesario acoger a la infancia mientras sus progenitores se empleaban en la fábrica. Pronto la escolarización se fue considerando como instrumento idóneo para formar la identidad de los nuevos sujetos que requería la nueva sociedad, capacitados para las nuevas formas de trabajo y adaptados a la condición de ciudadanos frente a la de súbditos. En fin, en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, los estudios escolares se postulan como medio de promoción social en el contexto de sociedades socialmente cada vez más desiguales. Así, con el paso del tiempo, se fue configurando la imagen de una escuela redentora, capaz de dar respuesta a múltiples y complejos problemas de las sociedades avanzadas.
No cabe duda de que la escolarización de todos ha supuesto importantes logros; desde luego, entre ellos, el de custodiar a niños y jóvenes hasta su cada vez más tardía incorporación a la vida adulta, y, también, el de erradicar el analfabetismo estricto, aunque no tanto a erradicar lo que la Unesco denomina analfabetismo funcional.
Pero a estas alturas de la historia ese balance parece bastante pobre. Es evidente que existe una gran desproporción entre los recursos empleados y los logros de la escolarización, de aquí que, como decía anteriormente, los sistemas escolares construidos en el siglo XIX estén impugnados por las sociedades del siglo XXI. Primero en los años 30 del pasado siglo y nuevamente después, en la década de los setenta, la Pedagogía y la renovación pedagógica cobró fuerza como alternativa a la incapacidad de la escuela para responder a la demanda de una formación de calidad. Pero la pedagogía en sí misma carece de potencia suficiente como para producir cambios significativos mientras se mantienen intactas las viejas estructuras de la escolarización. De manera que en la década de los 90 las políticas educativas, importando mecanismos propios del funcionamiento de la industria, se adhieren a la fórmula de la gestión empresarial de la escuela y a la evaluación -o inculpación- de centros y profesores, como técnica de mejoramiento de los sistemas escolares. Veinte años después, los resultados no acompañan a la dicha estrategia, pues -más allá de la autopropaganda de los gobiernos- tampoco pueden constatarse mejoras significativas en la calidad de la formación que reciben niños y jóvenes, aunque, ciertamente, la fórmula sí ha conseguido trasladar esa responsabilidad a los docentes.
Así que, a día de hoy, sigue vigente la obsolescencia de la escuela que conocemos, un invento del siglo XIX que no encuentra su sitio en la sociedad del siglo XXI. Si no queremos que la escuela sea meramente un lugar de custodia, habrá que repensar cuál es su papel en la generalización de la cultura y del conocimiento, habrá que volver a pensar en cuál es su relación con un mercado laboral extraordinariamente mutante, y habrá que volver a discutir cuál es su papel en la configuración del estatus social, económico y político de la ciudadanía. Éstos son, entre otros, los retos de la escolarización. La historia de la educación demuestra que de poco sirven las reformas escolares que se limitan a cambiar el nombre de las asignaturas, poner reválidas por aquí y por allí o incluir en el currículum más y más idiomas. Si el tan hablado pacto educativo afronta los verdaderos problemas, bien venido sea, sí, como me temo, se limita a cambiar el decorado manteniendo el guión, es mejor ahorrarse el viaje.