La presidenta de la Junta repite constantemente que el objetivo que conseguimos los andaluces el 28 de febrero de 1980 fue que no hubiera autonomías de primera y de segunda. Añadiendo que entonces luchamos por la unidad de España y la igualdad entre todos los españoles. Y que nuestro triunfo consiguió el “café para todos”, que ahora hay que defender frente a quienes califica de ultranacionalistas e independentistas: que son todos aquellos que no comparten la visión uninacional y castellanista de España y defienden el carácter plurinacional del Estado español. Como, por cierto, defendía el PSOE hasta su transubstanciación durante la transición política.
No sé quiénes le habrán contado a doña Susana -ella tenía pocos años el 4-D y el 28-F- la historia contemporánea de Andalucía, pero la engañaron. Lo que los andaluces conquistamos el 28-F, que no hubiera sido posible sin que sucediera antes el 4-D, fue el ascenso a la primera división autonómica desde el pelotón de los de segunda, que era donde nos había instalado la Constitución del 78 a pesar de nuestra indudable identidad histórica y cultural y a las reivindicaciones autonomistas en la Segunda República. Utilizando caminos constitucionales que intentaban maquillar la discriminación y nadie creía posible recorrer, conseguimos que Andalucía se incorporara al bloque de las nacionalidades (ambigua palabra utilizada para no poner en la Constitución el término tabú naciones). Nos incorporamos a la “primera división” de los pueblos de España, que había sido creada solamente para Cataluña, el País Vasco y Galicia al reconocérseles haber plebiscitado sus estatutos bajo la legalidad republicana. Desde entonces, formamos parte constitucionalmente de esa categoría restringida a sólo cuatro pueblos-naciones, aunque ello no haya sido aprovechado nunca por quienes han gobernado Andalucía durante toda la etapa autonómica, salvo para convocar elecciones cuando a los presidentes de la Junta les ha interesado partidistamente.
Los andaluces no luchamos por el “café para todos”, ni mucho menos en defensa de la soberanía nacional española presuntamente amenazada, sino para que a Andalucía le fuera reconocido el derecho a tomar café y no achicoria. Fue una dura batalla, que ganamos, para no ser menos, para ser como los que más. No para beneficiar a otras comunidades o para defender la unidad de España, como desde la ignorancia o el engaño se nos repite ahora por todos los canales que controlan el régimenpsocialista y los poderes fácticos actuales. Andalucía luchó por sí y, por una vez, para sí. Luchó para que le fuera reconocido un sitio junto a las tres nacionalidades “clásicas”, equiparándose a ellas en derechos políticos reconocidos. Café para pocos (sólo para tres) y achicoria para los demás era lo que establecía esa supuestamente modélica Constitución que tanto alaban el PSOE, el PP y los otros partidos del sistema. Y Andalucía rompió el numerus clausus.
Luego, ante el temor de que otras comunidades siguieran el ejemplo andaluz, los partidos consensuaron una ley “de armonización autonómica” mediante la cual se establecía la igualdad por abajo: es decir, se acabó el café y desde entonces achicoria, bajo el falso rótulo de café, para todos (menos para el Estado supuestamente uninacional, evidentemente). Y fue suprimida, de hecho, la primera división, al ser convertidas en regiones todas las comunidades, fueran naciones o autonomías uniprovinciales sin apenas identidad y recién inventadas. Todo ello, para “no fragmentar la soberanía nacional”, que hay que defender hoy por encima de todo, según afirman tanto Susana Díaz como Sánchez en el PSOE, el PP, el Íbex 35 a través de Ciudadanos y hasta el arzobispo de Sevilla, que dice rezar diariamente por la unidad de España. La verdadera pérdida de soberanía que conlleva el que sean las instituciones financieras de la globalización, la Comisión Europea, la troika y otras instancias no controladas democráticamente las que decidan por todos nosotros en los asuntos más importantes no preocupa a los guardianes de la soberanía nacional (española, por supuesto).
Como baronesa del PSOE, Susana Díaz tiene todo el derecho del mundo a pronunciar la palabra España cuatro veces por minuto y a liarse en la bandera rojigualda cuando le venga en gana (aunque en épocas de elecciones volverá a envolverse en la verde, blanca y verde). Pero no tiene derecho a hacerlo como representante de Andalucía, transmitiendo un relato falso sobre el 28-F y jugando como una trilera con el café y la achicoria