Luis Montilla, “un colectivo de referencia, con una seriedad y un prestigio contrastados”.

19 - noviembre - 2010 Sin categoría

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Redacta Carolina Ferrer

En aras de acercaros al lado más personal de las gentes que trabajamos en USTEA, os presentamos una serie de entrevistas que queremos que reflejen otra cara, más humana, de las/os responsables sindicales.

-Luis, ¿puedes explicarnos un poco cuál es tu función en USTEA?

En Andalucía soy el responsable de las relaciones entre USTEA y el resto de sindicatos hermanos del Estado, es decir, lo que se conoce como Confederación Intersindical, la antigua Confederación de STEs. Y en el nivel estatal soy el Responsable de Organización del Secretariado de esa Confederación. Suena importante y grandioso, pero tampoco es para tanto…

En realidad el día a día consiste en mantener engrasada la maquinaria de todo esto. Ya sé que parece un poco críptico, pero no sabría explicarlo de otra manera, la verdad. Por si ayuda a entenderlo te diré que cuando llega el momento del balance anual, ante el papel en blanco, muchas veces no sé qué demonios escribir y en otras ocasiones no puedo escribir lo que me gustaría.

En esta casa no tenemos secretarías generales, ni puestos de poder, ni jefaturas. Eso hace que ciertas responsabilidades, entre ellas la mía, tengan un perfil a veces paradójico. Gran parte del trabajo se va en generar fluidez entre los diferentes ámbitos del sindicato, en atenuar debates o en ejercer la interlocución entre posiciones encontradas. Pero, al mismo tiempo, en ocasiones no hay más remedio que provocar conscientemente una crisis con el fin de ayudar a resolver un problema mayor; dicho de otro modo, una catarsis en el sentido biológico del término: purgar aquello que impide funcionar a la organización. No siempre sale bien, claro.

– Cuéntanos, en qué momento y cómo se forjó tu relación con USTEA, por favor.

Pues la verdad es que no deja de tener su gracia… Al principio todo empezó con la necesidad de organizarnos un poco mejor en el movimiento estudiantil universitario de mediados de los ochenta. Me di cuenta en aquel momento de que los partidos (yo militaba en uno, claro) nos ahogaban un poco, y pensé que lo que necesitábamos era un sindicato.

Ya antes de terminar Magisterio un grupo de compas creamos la Asamblea de Parados de USTEA, autónoma dentro del sindicato. ¿Y por qué en esta organización? Porque sabíamos de la existencia de USTEA dado que entre la izquierda de entonces era un colectivo de referencia, con una seriedad y un prestigio contrastados. Es necesario recordar que era aquel un tiempo en el que los sindicatos llamados mayoritarios ya empezaban su hoy larguísimo idilio con el Poder, tuviera este el color que tuviera.

La gracia es que en dos años todos los miembros de la Asamblea habíamos aprobado las oposiciones, y tuvimos que disolverla.

-Luis, ¿qué crees tú que puede considerarse como lo mejor y lo peor de estar aquí?

Tener una responsabilidad en USTEA supone ser permanentemente pesado y medido; en cualquier momento puedes ser evaluado y, obligatoriamente, al final de cada año. La supervisión de mi trabajo es colectiva y continua. Eso presiona constantemente pero garantiza una democracia interna radical, que es de lo que se trata. Es una de las grandezas de este sindicato.

Por el contrario, no hay algo que pueda ser calificado propiamente como “peor”, si obviamos el hecho de que los relojes los usamos sólo como adorno: alguna vez, a las cuatro o las cinco de la madrugada, he dado las buenas noches por correo electrónico a algún compa que me acababa de dar los buenos días. Eso sí: no es lo habitual, afortunadamente.

Por otro lado, una de las reglas sagradas de esta casa es la que establece que las decisiones son colectivas, pero las responsabilidades son individuales. A veces esto se lleva hasta sus últimas consecuencias, lo que supone que si tengo éxito sólo podré ser felicitado en privado, y si fracaso todo el mundo negará conocerme, por decirlo así. Es un poco crudo. Y muy democrático. Pero a eso sí que no acabo de acostumbrarme.

– Nos estabas hablando de que a veces la jornada se alarga cuando tú ya pretendías darla por concluida, y eso me lleva irremediablemente a preguntarte: ¿resulta muy difícil compaginar con la vida familiar y personal o se aprende a hacer malabarismos con el tiempo?

Es muy difícil. Y se aprende… o te largas. Una vida familiar que incluye dos hijas adolescentes gasta malas bromas. Lo que más me cuesta es saltar de un universo a otro sin solución de continuidad. Me ves cualquier tarde pasando en dos segundos del diseño de una escuela sindical a una ecuación logarítmica que se le atrancó a mi hija, por ejemplo. Además, y al mismo tiempo, tienes a la otra neurona pensando en la cena.

En serio, concilias las dos vidas, y yo lo hago moderadamente bien, sólo por tres razones: porque esto no es trabajo, sino militancia; porque has aprendido a base de reveses a entrelazarla con la atención a lo cotidiano familiar que te rodea; y porque mi compañera ya estuvo unos años en esto y sabe de qué va la cosa.

– Y al margen de esto, ¿qué te mueve? ¿qué te gusta hacer cuando puedes poner tu cabeza en otras cosas?

Al margen de esto me mueve la curiosidad. Soy una persona esencialmente curiosa, que no cotilla, que es otra cosa. No soy capaz de quedarme con las ganas de saber algo. No sé de dónde me viene esa inquietud, la verdad, pero es casi enfermiza. No retengo todo lo que aprendo, claro. Averiguo lo que me interesa… y casi todo se me olvida al poco tiempo. Así es que cuando no tengo mi cabeza en esto empiezo leyendo o escuchando música. Una cosa o la otra, ya que nunca he podido hacer ambas a la vez. Y termino vete a saber entre qué papeles o libros, horas después, perdido, porque no entendí algo que leí o porque lo que oía me sugirió una pregunta. Y sólo me quedo en paz cuando la respondo.