La falta de un proyecto político solvente en la materia ha puesto en manos de burócratas escasamente cualificados la dirección de la educación en Andalucía.
Los resultados obtenidos por Andalucía en el último informe PISA son más que decepcionantes. Vaya por delante mi convicción de que, aunque son referentes a tener en cuenta, este tipo de datos elaborados por la OCDE no son la Biblia de la educación; vaya por delante también el hecho de que son muchos y complejos los factores que intervienen en los resultados que obtienen los alumnos en este tipo de pruebas, entre ellos, sin duda, la herencia histórica. Pero, dicho esto, después de treinta y cinco años de Gobierno del PSOE en Andalucía, no puede eludirse responsabilidad y cargar a la historia el récord de las más altas tasas de paro y de los peores resultados en educación. Treinta y cinco de gobierno también son historia. Algo tendrá que ver la política educativa que viene practicando la Junta.
Inveteradamente, y de forma reiterada, la Consejería de Educación, como otras, suele asignarse en función de reparto territorial del poder dentro del partido gobernante. Y lo que ha ocurrido con frecuencia es que este puesto ha sido desempeñado por personas con escaso conocimiento de los problemas de la educación andaluza. Ciertamente, la dirección política del asunto no requiere necesariamente ser el mejor experto en la materia, pero es más que conveniente alguien próximo al mundo de la educación; no es suficiente -como es el caso de nuestra actual consejera- ser catedrática de Biología Celular o rectora de universidad, méritos muy notables pero muy distantes de los avatares de la educación primaria y secundaria. Actuando con esa lógica, -más allá de su retórica habitual- la Junta ha demostrado poco aprecio por la educación andaluza. Consecuencia primera de semejante fórmula, es la carencia de un proyecto político solvente para afrontar los problemas de la educación andaluza. Es esta carencia la que ha puesto en manos de burócratas escasamente cualificados la dirección de la política educativa andaluza. Y es esta carencia la que ocasionó que desde hace unos quince años, la política educativa, inopinadamente, se echara en brazos de las estrategias neoliberales que tan malos resultados han dado.
La carencia de financiación es otro factor muy a tener en cuenta. La comunidad andaluza tiene en su haber ser de las que menos inversión realiza por alumno en España, lo que se traduce en carencia de personal, falta de dotaciones materiales y obsolescencia de los medios que emplea. Es cierto que -a partir de cierto mínimo- la inversión en educación no es un factor determinante, pero no es menos cierto que aquí no llegamos al mínimo y que los déficits históricos requieren un mayor esfuerzo económico (la deuda histórica, supuestamente ya pagada). Sin duda, la ausencia de política educativa unida a la falta de inversión provocan un coctel explosivo, y, de aquellos polvos, estos lodos.
La falta de autocrítica es otro de los ingredientes que suma en una política educativa errática. La comunidad educativa y la opinión pública están saturadas de los mensajes de autocomplacencia que reiteradamente se emiten desde Torre Triana. Sin ir más lejos, lo último el pomposamente denominado plan de éxito educativo; un brindis al sol que el aguacero de PISA ha reventado antes de nacer. La Consejería de Educación suele rodearse de expertos afines que generalmente se limitan a dar un barniz de cientificidad a decisiones ya tomadas y que, en el mejor de los casos, adornan políticas fracasadas con palabras biensonantes. Lamentablemente, la falta de autocrítica se extiende hasta hacer oposición de la oposición, desoyendo cualquier informe, anatematizando cualquier iniciativa y condenando al ostracismo cualquier propuesta que no provenga de sus fuentes genuinas. No es sólo la autocomplacencia -hasta cierto punto comprensible en el gobernante- es también la falta de diálogo, la disposición a no escuchar más que a los nuestros, la que impide objetivamente el contraste de pareceres a la hora de afrontar un problema complejo en el que nadie tiene la solución perfecta.
Valorando en su justa medida los resultados PISA, son ya muchos años de malos resultados. Asumiendo la incidencia de muchos factores, ya no vale responsabilizar a los docentes, algo tendrá que ver la política educativa… o la ausencia de ella.
Publicado en Diario de Sevilla