En la reciente fallida investidura de Rajoy se evidencia la profunda crisis del régimen construido en la llamada transición política: el régimen del bipartidismo de la alternancia entre dos partidos que han sumado durante casi treinta y cinco años un altísimo porcentaje del total de los votantes, compartiendo tres fidelidades fundamentales (al sistema económico-social capitalista, al nacionalismo españolista con la monarquía como piedra angular y al atlantismo supuestamente europeísta) mientras se separaban lo más posible en los temas secundarios y en el verbalismo, con objeto de ser percibidos como si fuesen alternativas realmente enfrentadas en lo esencial. Lo que muchos llaman “estancamiento”, “falta de generosidad” o “incapacidad de los líderes” no es otra cosa que el reflejo de una muy profunda crisis, que es de régimen: el bipartidismo no puede ya reproducirse porque, para que haya investidura, uno de sus dos componentes (el PSOE) debe facilitar al otro (el PP) que forme gobierno, con lo que se viene abajo toda la ficción de la polarización entre ellos.
Es esta la razón de fondo que explica, más allá de intereses personales y de partido, que también los hay, la resistencia obstinada de Sánchez y su equipo a abstenerse y dejar gobernar al PP. Y también explica la insistencia en la posibilidad de un gobierno “de las fuerzas del cambio” (entre las que se autositúa el propio PSOE, aunque pueda parecer una broma) aunque sepan que es inviable. La inquietud creciente de las fuerzas fácticas del Sistema responde precisamente a que la actual situación cortocircuita su traducción a la dimensión política en forma de bipartidismo alternante. Por eso redoblarán la presión para “garantizar la gobernabilidad”, es decir, para seguir controlando el régimen político aun sacrificando la ficción de bipolaridad.
Aunque sea su probable suicidio, el PSOE, de una u otra manera, con o sin Sánchez, terminará aceptando y ello le supondrá dificultades insalvables para seguir presentándose como partido alternativo y de izquierda, las dos características ficticias que tanto éxito le han deparado por tanto tiempo… sobre todo en Andalucía, cuyo nombre, por cierto, ni siquiera ha sido pronunciado en las largas (y en general tediosas y muy previsibles) horas de los sucesivos monólogos (más que debates) parlamentarios.
No se trata sólo de que no exista en el parlamento voz alguna de una fuerza política andaluza cuando sí existe de partidos y grupos nacionalistas o regionalistas españolistas (la gran mayoría de los diputados lo son), catalanistas, euskaldunes, galleguistas, canarios, valencianos, navarros y hasta asturianos, sino que los gravísimos problemas de Andalucía no han sido citados ni una sola vez por nadie (incluyendo en ese nadie a quienes utilizaron con profusión banderas andaluzas y alusiones al 4 de diciembre o el 28 de febrero en sus recientes mítines electorales). Quienes componen el actual tablero político no han dado importancia alguna a que Andalucía se encuentre en una situación de emergencia real: a que más del 35% de los andaluces vivan bajo el umbral de la pobreza (el 42,3% según algunos estudios), a que los niveles de desempleo, falta de cobertura de los parados y empleos-basura alcancen índices muy por encima de la media española, a que el paro juvenil llegue al 50% y a casi el 70% en muchos lugares, a que la emigración se haya triplicado en los últimos ocho años, a que se sigan destruyendo o expoliando nuestros bienes naturales y culturales convertidos en meros recursos económicos para beneficio ajeno, a que sea aquí donde han sido expulsados del sistema educativo y el sistema sanitario un número más alto de trabajadores, a que nuestro territorio y nuestra débil industria se militaricen cada año más…
Ni los gravísimos problemas que mantienen a Andalucía en el primero o segundo puesto de todas las clasificaciones negativas, ni los derechos de Andalucía como pueblo han estado presentes en este ni en anteriores debates en el Congreso de los Diputados. Esto es muy grave. ¿Tomaremos los andaluces nota de este ninguneo, o incluso desprecio, no sólo para constatarlo sino para hacernos oír? Quizá convendría recordar la letra de una preciosa copla del siempre actual Carlos Cano: “Si en vez de ser pajaritos fuéramos tigres Bengala…”
ISIDORO MORENO
Catedrático emérito de Antropología Social
Miembro de Asamblea de Andalucía
Publicado el 07/09/2016 en “La Tribuna” de Diario de Sevilla y otros diarios andaluces del Grupo Joly.